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And I will write 500 words and I will write 500 more…

Noviembre ha llegado a su fin y con él se ha acabado también el NaNoWriMo, el desafío anual de escribir una novela de 50.000 palabras en un mes.

Como todo aspirante a escritor, había oído hablar del NaNoWriMo, pero no me atreví a unirme hasta 2012. A pesar de que es un reto complicado (implica escribir una media de 1600 palabras al día) recuerdo esa primera experiencia como algo precioso. El reto tiene una web que contiene un foro donde la gente se va dando ánimos y ese año se creó un grupo de aspirantes en mi ciudad, con lo que hice amigos que tenían los mismos intereses que yo. Lo más bonito era que todos nos apoyábamos y hablábamos de nuestros proyectos sin tener la vergüenza que rodea al tema “yo escribo” en otros círculos sociales.

Puedo decir, con orgullo, que cumplí el reto. Llegué a las 50.000 palabras, aunque no acabé la novela hasta el 6 de diciembre; cerré el documento con 68.000 palabras. Estaba muy contenta de haber acabado pero tenía una cosa muy clara: esto no había hecho más que empezar. Cuando llevaba unas 40.000 palabras, allá por el día 20 de noviembre, me di cuenta de que el interés amoroso de mi novela no era el chico al que había estado escribiendo, sino otro. Entendí que cuando acabara tendría que volver al principio y reescribir un montón. Además, porque soy (a mucha honra) lo que internet califica de basic bitch, la novela estaba ambientada en Tokio, y sabía que una vez acabado el NaNo tendría que documentarme y volver a editar todo el texto para que geográfica y culturalmente todo tuviera sentido.

Pero cuando se me pasó el subidón de haber ganado, me llegó el cansancio de esos 36 días durmiendo muy poco para trabajar, escribir y mantener una vida más o menos normal. Así que me puse con el editing, pero entre las fiestas navideñas, el trabajo y que ya no tenía esas sesiones con mis nuevos amigos literarios, mi ritmo se ralentizó una barbaridad. Casi me costaba recordar cómo había podido escribir 2000 o 4000 palabras día sí y día también.

Al final, lo dejé a medias. Esa novela, conocida como #ProyectoTokyoland, está felizmente en mi cajón (y allí seguirá) pero, de vez en cuando, abro ese documento y sonrío al recordarlo. El camino literario no es una autopista, es más bien es una carretera de gravilla con curvas que recorre toda una escarpada sierra, en la que hay momentos con vistas increíbles y otros en páramos oscuros, pero solo nos queda avanzar.

Si habéis hecho el NaNoWriMo, ¡muchas felicidades!, hayáis ganado o no. Lo importante es escribir.

Venga, va, 500 más.