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Y tú, ¿qué quieres ser de mayor?

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Siempre me he considerado una persona afortunada porque descubrí mi pasión siendo muy pequeña. A los ocho años dije por primera vez que quería ser escritora, y aunque yo lo tenía claro, me di cuenta de que los demás no respondían con el entusiasmo que yo sentía. Nadie me dijo que tenía pájaros en la cabeza, pero sí que insistieron para que eligiera un plan B, un trabajo «normal» que me asegurara la comida en el plato.

Por eso, aunque siempre he sabido que mi pasión es escribir, la respuesta a la sempiterna pregunta «¿qué quieres ser de mayor?» fue cambiando con el tiempo. A los siete, quería ser veterinaria (sí, lo sé, soy muy original); a los once, decidí que quería ser arqueóloga y seguí fiel a esa idea hasta que alguien me dijo que la profesión que más se acerca a la de escritor es el periodismo, de modo que esa se convirtió en mi decisión final.

A día de hoy, si pudiera volver atrás, no estudiaría esa carrera. Me decanté por ella porque pensé que era la mejor forma de ganarme la vida a través de mis palabras, y no fue hasta terminarla que me di cuenta de que aquella profesión no era para mí. Podía desempeñarla perfectamente, pero me faltaba esa pasión que había visto en algunos de mis compañeros a lo largo de la carrera y que considero imprescindible para desempeñar este oficio.

Mi pasión nunca estuvo en el periodismo, sino en la literatura, algo que vi claro en cuanto conseguí mi primer trabajo en el mundo editorial. Aun así, tampoco tenía muy claro a qué quería dedicarme concretamente; durante mucho tiempo me dije que mi nuevo objetivo era llegar a ser editora. Tuvieron que pasar cinco años, un máster en creación literaria y otro en edición para que me diera cuenta de que solo quería ser editora porque era lo que todo el mundo esperaba cuando decía que era asistente editorial. Además, para mí resulta incompatible con dedicarme profesionalmente a la escritura. 

De modo que, ya rozando la treintena, acepté que el objetivo que había estado persiguiendo durante los últimos años ya no me interesaba, y tras muchas cavilaciones decidí que quería volver a ser freelance. Poco después, en una charla de amigas con Andrea y Alena propuse en voz alta montar algo las tres juntas, casi como una idea loca, y lo demás es historia.

Durante mucho tiempo me preocupó no tener claro lo que quería ser de mayor, pero ahora entiendo que habría sido imposible saberlo a los dieciocho, porque la persona que era entonces no tiene nada que ver con quien soy hoy. Ahora tengo claro que quiero seguir siendo freelance, pero soy consciente de que eso puede cambiar en cualquier momento; la diferencia es que hoy la incertidumbre ya no me inquieta, porque he dejado de verla como el resultado de un error de cálculo para verla como una oportunidad.

Cambiar es bueno y en muchas ocasiones, también necesario. No hay razón para seguir persiguiendo objetivos solo porque es lo que a otro le gustaría que hiciéramos, y aún menos porque sintamos que se lo debemos a nuestro yo del pasado.

Al futuro ya no le pido tenerlo todo claro, solo valentía para ser honesta conmigo misma y atreverme a dar todos los golpes de timón que necesite. Porque la vida no es la meta, sino el camino. 

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