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¿Por qué escribimos?

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Es una verdad universalmente reconocida que la vida no es justa. Nuestros padres nos lo advertían de pequeños cuando no nos salíamos con la nuestra, aunque en esos momentos a nosotros nos parecía más una excusa para no dejarnos hacer lo que queríamos.

Con el tiempo, todos nos damos cuenta de que, como en tantas otras cosas, tenían razón: las cosas no siempre salen como esperamos, ni nuestros resultados son directamente proporcionales al esfuerzo y tiempo que hemos invertido para alcanzarlos. Séneca decía que la suerte aparece cuando la preparación y la oportunidad se encuentran; la cuestión es que prepararnos está en nuestras manos, pero crear el momento adecuado, no. Por eso, si vivimos enfocados únicamente en nuestras metas, corremos el riesgo de frustrarnos cuando las cosas no salen como esperábamos. Y, en el mundo de la creatividad, no hay nada peor.

Durante este último año, muchos escritores hemos tenido que enfrentarnos a la frustración de ver cómo nuestros planes de publicación se quedaban en el limbo de la noche a la mañana. En marzo del año pasado, después de dos años sin publicar ninguna novela, no cabía en mí de la emoción porque estaba a punto de publicar dos: el día 12, La geografía de tu recuerdo, el libro en la que había estado trabajando durante más de tres años y mi mayor reto hasta la fecha, y cinco días más tarde, Las Rollettes, mi primera serie middle grade.

Y entonces, solo un día después de que La geografía de tu recuerdo llegara a librerías, sucedió lo inimaginable: el COVID-19 se apoderó de nuestra realidad y la transformó radicalmente. De un día para otro, nos vimos encerrados en casa y ese libro en el que había invertido tanto tiempo y energía, se quedó encerrado en librerías que no sabían cuándo podrían volver a abrir la persiana. 

Anulamos entrevistas, viajes y charlas. Me tuve que resignar a la idea de que ya no iba a poder visitar todas las ciudades que habíamos incluido en la ruta de presentaciones, y que lo poco que podría hacer sería en formato virtual. En cuanto a Las Rollettes, la fecha de publicación se pospuso, a la espera de un momento más propicio.

No voy a fingir que nada de eso me afectó, porque debería estar hecha de piedra para que no lo hiciera, pero tampoco me paralizó. Supongo que en gran parte porque el clima de incertidumbre y miedo de las primeras semanas de confinamiento me ayudaron a ver las cosas con perspectiva.

Después de todo lo que hemos vivido este año, publicar un libro en el momento menos oportuno me parece un mal menor. Me podría haber derrumbado, y en otros tiempos mi ansiedad seguramente se habría encargado de ello; creo que si no lo hice fue porque, con el tiempo, he dejado de ver la escritura como una meta.

He aprendido que la forma más sana de vivir la escritura es verla como un camino. Al menos para mí. La única gran meta que tenía cuando era pequeña era conseguir que mis historias llegaran a los lectores, y sé que esa niña de ocho años se siente orgullosa de la escritora que soy hoy. Por eso, cuando el camino se tuerce y me asaltan las inseguridades, me recuerdo que escribo no para ser la mejor, ni para publicar el libro de moda, ni para superarme en ventas a mí misma. Escribo porque tengo cosas que contar, porque es mi pasión y mi combustible. Escribo porque me hace feliz, y pase lo que pase tras poner el punto y final a un libro, eso no va a cambiar.

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