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Harry Potter y el y el misterio de si lluegaré a tiempo a terminar mi manuscrito

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Una vez, un compañero de la universidad me dijo una frase que me marcó para siempre: «Yo es que, si no hay una fecha de examen apuntada en mi agenda, no puedo estudiar. Necesito sentir la presión de que se acerca el gran día para poder ser productivo». 

Hasta ese momento, ni siquiera me había planteado aquello, pero al oír eso, algo en mi cabeza hizo clic. Fue entonces cuando me di cuenta de que yo también era un poco así con la escritura: siempre he necesitado tener una fecha límite en la que sé que tengo que terminar el libro, ya sea porque me la he puesto yo misma o la editorial. 

Escribir con deadline puede parecer aterrador. No os voy a engañar: muchas veces lo es, sobre todo cuando vamos mal de tiempo y estamos gestionando mil cosas más al mismo tiempo. A veces terminas todo lo que tienes que hacer en un día, te tumbas en el sofá, reventada, a las ocho de la tarde, y de golpe recuerdas: «Oh, Dios mío, todavía me queda ponerme a escribir…», pero tu cabeza y tu cuerpo ya no dan para más. 

Con Otoño en Londres, por ejemplo, que fue mi primera novela publicada, yo misma me puse la fecha de entrega. Y, desde mi punto de vista, creo que esta es precisamente la meta más difícil de cumplir: la que te impones tú mismo. Porque, al final del día, no estás fallando a ninguna otra persona si no llegas, ni retrasando el trabajo de decenas de profesionales: solo te estás fallando a ti. 

Esta situación puede convertirse en la excusa perfecta para darte unos días de más, que pueden acabar convirtiéndose en semanas o incluso meses. De hecho, me recuerda un poco al carné de conducir: o te inscribes en una fecha de examen concreta o vas dejando que pase el tiempo… Aun así, yo siempre recomiendo ponerse esta fecha y comprometerse con ella, como si hubiera alguien esperando al otro lado del ordenador. Si no es muy fácil que el proyecto se convierta en una tarea secundaria a la que jamás daremos prioridad.

Las deadlines editoriales pueden resultar más intimidantes. Aunque es cierto que el editor o editora no se va a poner una alarma el día que tienes que entregar el manuscrito para asegurarse de que lo has mandado a tiempo, sí que tendrá una noción aproximada de cuándo deberás mandarlo, por lo que esa presión externa, por lo menos, a mí, me ayuda a ser puntual en mis entregas.

Al final, creo que el truco para no tener miedo a las deadlines está en organizarse y conocer nuestras capacidades de escritura. Yo siempre recomiendo hacerse a uno mismo, con sinceridad y humildad, las siguientes preguntas: ¿cuántas palabras soy capaz de escribir al día? ¿Podré avanzar un poquito todos los días? ¿Me dará tiempo a terminar la novela en seis meses, siendo que, entre medio, tengo exámenes de la universidad? Solo así podrás gestionar tu tiempo y conocer mejor cómo trabajas y hasta dónde puedes llegar.

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