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Escribo cuando no escribo

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Si le preguntas a alguien qué se imagina cuando piensa en un escritor, probablemente te dirá que alguien con las manos sobre un teclado. Algún romántico se imaginará a un señor con americana de pana, un vaso de whisky y una atolondrada máquina de escribir o quizás a una mujer con un vestido vaporoso, un moño desaliñado y unos dedos manchados de tinta escribiendo con pluma sobre un cuaderno de hojas amarillentas. ¿Me acerco? 

Lo que nadie se imaginará es a alguien sentado en un sofá, con los cascos puestos y rechinando los dientes. O a alguien jugando a un videojuego o siguiendo un tutorial de maquillaje. Pero eso, a veces (o mejor dicho, a menudo), también es escribir. 

Cualquiera que haya acabado una novela, puede volver la vista atrás y admitir que el tiempo que pasó escribiendo es bastante inferior al tiempo que pasó pensando en escribir. Pero eso no debería verse como algo negativo ni una pérdida de tiempo, el miedo a la página en blanco o el síndrome del impostor. Eso también es escribir. 

Descubrir qué pasa en tu novela es casi más importante que darle a las teclas en el orden adecuado, aunque eso signifique una noche en blanco o una tarde perdida. Pero no es perdida, es invertida, incluso cuando las primeras capas de tu cerebro están ocupadas con la lavadora o ese WhatsApp que tienes que responder, ese viaje a la farmacia que estás posponiendo o esa quedada con amigos que no sabes si te puedes permitir. A parte de todo eso, tu cerebro puede y está pensando en la historia… en cómo atar los cabos, en cómo hacer que el personaje X llegué al punto Z o en cómo traducir las vivas imágenes de tu cerebro en letras. El problema es que a menudo no lo parece. 

Muchos escritores temen la pregunta «¿cuánto has escrito?», porque los días en los que puedes decir «cuatro mil» son muy escasos. Sin contar que a veces hay escenas que fluyen cómo si nada mientras que otras son tan duras de pasar como una piedra en el riñón. 

La escritura no es lineal, no está programada y aunque puedas organizarte eso no significa que vaya a salir según tu plan. De hecho, solo tienes que leer cualquier novela para saber que los planes NUNCA salen cómo el personaje espera. Eso no significa que tengamos que echarnos las manos a la cabeza y resignarnos. Nos guste o no, para escribir la novela tenemos que sentarnos y poner los dedos en el portátil, la máquina de escribir o el plumín, pero también debemos recordar que aunque la escritura es algo que debemos y podemos practicar, no es mecánica. 

Las ideas requieren energía para pasar del plano onírico al real, a veces física, pero también mental. Y esa es invisible, pero tangible y, desde luego, usarla también es escribir.

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