Vale, confesaré: la escritura no lo es todo para mí.
Cuando persigues una carrera vocacional, ya sea en literatura, música, teatro u otro, aceptas sin saberlo una enorme carga de expectativas del mundo exterior.
Las míticas «no te vas a ganar la vida», «mejor que te lo tomes como un hobby», «yo también hago X y no me llamo a mí mismo Y». Y mi favorita, dedicada especialmente a escritores: «Lo que deberías hacer es escribir [insertar aquí bestseller del momento].
Este tipo de comentarios pueden ser desalentadores y agotadores. Porque no basta con intentar producir cultura en un lugar en el que apenas se valora (y no abro el melón de que ciertos géneros ya no se consideran ni esto), que encima tienes que aguantar opiniones desinformadas que no has pedido.
Pero no son las únicas. A menudo tenemos que cargar también con las expectativas inherentes a esta carrera, expectativas surgidas de la idealización. Y estas también pesan.
Suelen sonar a algo así como: «Seguro que escribir lo es todo para ti», «A una isla desierta te llevarías papel y pluma, ¿verdad?», «Nada te puede llenar como la escritura» y la crème de la crème de los tópicos sobre artistas torturados: «No es un trabajo, es una pasión».
Cuando presenté Hielo y plata con Andrea por Instagram, ella me hizo la siguiente pregunta: si tuviera que escoger entre escribir o patinar, ¿qué escogería? Al instante mi mente estalló, y pensé «tienes que decir escribir, claro» pero mi corazón ya había abierto la boca y soltó: «Patinar».
Pero ¿cómo es posible? Escribo desde hace dos décadas y solo hace cuatro años que patino. La escritura es mi carrera, el patinaje no podrá darme jamás de comer. Escribir es mi sueño y me gusta, me encanta, pero patinar… me libera. De hecho, fue gracias al patinaje que gané la suficiente confianza en mí misma para apostar por mi escritura y apartar de mí las excusas me habrían hecho perder cinco o diez años más diciéndome que esto no era para mí.
Lo que intento decir con todo esto es que a mí me ayuda mucho tener algo además de la escritura. De hecho, creo que hace mi escritura mejor y, desde luego, me hace más feliz. Eso no significa que no me importe la literatura, sino que pueden importarme más cosas sin restarle importancia a los libros.
Y ¿sabéis qué? Creo que eso está bien.
La escritura es mi esposa, el patinaje mi sexy amante y tengo la suerte de poder quererlos a los dos. Soy poliamorosa en mis pasiones.